La piedra de la locura

En 1978 los reyes de España viajaron a Perú en visita oficial. Dos años después, un avión de Iberia transportó algo muy extraño, grande y pesado con destino al Palacio de la Zarzuela. Era lo mínimo esperable tras la conjunción astral tan intensa como la que se produjo durante ese viaje. Ese hecho excepcional fue la reunión de tres mentes muy dispares.

Un vuelo sobre Nazca

Por un lado, la de la reina Sofía, persona tan creyente que estaba en el siguiente nivel, el de «quiero creer». Ese que te hace cruzar la delgada línea entre la fe religiosa y el deseo de ser abducido por una civilización extraterrestre. No en vano fue una de las primeras personas en interesarse por estos fenómenos en España. Por si fuera poco, corrían los años setenta, década dorada de los fenómenos paranormales, cuando la farsa ufológica estaba en pleno auge.

En ese viaje se juntó un grupito de periodistas entre los que estaba nuestro segundo protagonista, Juan José Benítez López, mundialmente conocido como J.J. Benítez. Que ya estudiaba desde hacía tiempo lo paranormal y lo religioso; aunque su increíble inventiva todavía no había explotado como lo haría durante los años ochenta, cuando vendió, literalmente, millones de ejemplares de su novela Caballo de Troya a la que le seguirían
once secuelas. Saga que cuenta noveladamente el testimonio de un viaje en el tiempo hasta la época de Jesucristo para seguir sus pasos pero tal como lo haría un periodista, no un apóstol. Se dice que la reina había deseado y solicitado la asistencia de J.J. Benítez con tanta insistencia que hasta el rey sintió un gran alivio cuando lo vio subir al avión. Y finamente, en contraste con los otros dos, estaba la mente privilegiada de Maria Reiche, matemática de formación y guardiana de las líneas de Nazca. Dedicó gran parte de su vida al estudio y preservación de las miles de líneas trazadas por la cultura nazca en el desierto peruano. Pasó incontables horas barriendo aquellas marcas en el árido terreno e intentando que no fueran destruidas. Las limpió, las midió, las representó y las relacionó todo lo que pudo. Vivía por y para ellas; y junto a ellas, puesto que nunca se distanciaba demasiado. Es mítica la foto en la que aparece subida a la escalera que utilizaba para poder observarlas desde lo alto.

Durante aquel viaje y a pesar de la típica agenda muy apretada, entre recepciones y visitas a sitios tan conocidos como el Machu Pichu, hubo que hacer un hueco a toda costa para una petición muy especial. La reina se subió a un avión, junto a Maria Reiche, J.J. Benítez y algunos periodistas, para sobrevolar las pampas del desierto de Nazca y poder contemplar desde lo alto el majestuoso espectáculo de sus misteriosas figuras.

Las piedras de Ica

La reina también se interesó por las actividades del doctor Javier Cabrera Darquea, el descubridor de las polémicas piedras grabadas de Ica sobre las que J.J. Benítez había escrito un libro pocos años antes. Unos misteriosos objetos que, según Cabrera,
habrían sido grabados por una raza extraterrestre que habitó la tierra hace millones de años. En ellas aparecen artefactos modernos, como mapas que representan continentes
desconocidos, escenas de hombres conviviendo con dinosaurios o volando sobre grandes pájaros, además de trasplantes de órganos, transfusiones de sangre y cesáreas. Cosas locas. Cosas de locos. Técnicamente, las piedras de Ica son un oopart: un objeto anacrónico, es decir… una mentira como una catedral. Sin embargo, el buen doctor defendía su origen antediluviano y llegó a hacerse con una modesta colección de once mil piedras que le proveía un contacto local; porque Cabrera no las buscaba, sino que
las compraba. Curiosamente, su contacto era la única persona que sabía dónde encontrarlas, pero nunca le contó su secreto. Por lo demás, todo bien.

Como consecuencia de ese interés, Javier Cabrera se comprometió a regalarle una de las mejores piezas de su museo de gliptolitos a la reina, pero claro, había un pequeño problema. Alguien tenía que ir a buscarla. Dos años después, J.J. Benítez, con el objetivo de sorprender a la soberana, aprovechó un viaje a Ecuador para dar un salto a Perú para hacerse con la piedra prometida. El día que se presentó en Ica se debió de arrepentir; Cabrera había apartado un gran ejemplar de más de dos mil kilos. Lo subieron malamente en un viejo pick up marca Dodge, lo amarraron como pudieron y se fueron a charlar de arqueología durante largas horas. Al día siguiente, sin dormir y con el tiempo
bastante justo, salió de Ica destino a Lima en un viaje que acabó siendo una pesadilla. No solo porque la piedra se balanceaba peligrosamente sobre un viejo colchón de lana, por lo que no podía conducir muy rápido, sino porque la carga era excesiva y el motor
del viejo Dodge acabó dándose por vencido e incendiándose. Benítez tuvo que parar un coche para que le transportara al aeropuerto, y pudo volver de milagro a Ecuador, mientras la guardia civil peruana protegía el pedrusco y se encargaba de que llegara a buen destino.

A su llegada a Madrid se necesitó una grúa para poder desplazarlo al palacio de la Zarzuela y, durante un pequeño acto protocolario al que asistieron algunos periodistas amigos, la piedra de Ica se descargó y se plantó en los jardines de palacio como el
que planta un pino. Y como todo lo que empieza raro acaba raro, en ese solemne momento apareció por allí el rey de España que, intrigado por lo que ocurría, se acercó y, al ver los grabados sobre la piedra, parece que dijo algo así como «aquí pone “beba Coca
Cola”» y se fue, porque tenía un partido de tenis. No se me ocurre mejor colofón.

Se dice que la reina aceptó el regalo por compromiso y por no decir que no, pero el caso es que allí está. Poco después la piedra fue trasladada al interior del palacio. Y, aunque teóricamente pertenezca a Patrimonio Nacional, espero que algún día se extraiga, como se hacía con las piedras de la locura, y vuelva la cordura a ese lugar, que falta le hace.

Epílogo

Ahora sí que sí. Este ha sido el último capítulo, de verdad.
Pero las historias no se acaban aquí, sino que siguen en mi cuenta de Twitter https://twitter.com/itineratur y también en Instagram https://www.instagram.com/itineratures/